Séptimo día. Hakone: volcanes, onsen y ryokanes

Dejamos atrás la abarrotada Tokyo y nos dirigimos a Hakone, una localidad mucho más tranquila al sur, paso natural de la ruta Kyoto-Tokyo. Como sólo estaremos una noche, viajamos con una mochila y una muda y utilizamos un servicio de transporte de maletas que las enviará a nuestro siguiente hotel (12€ aprox. por maleta).

En Hakone existe una ruta muy bien organizada, que yo calificaría de turismo de transporte. Hemos cogido un tren de alta velocidad desde Tokyo, luego un tren de montaña de Hakone-Yumoto hasta Goa, allí un tren tirado por un cable que sube únicamente una cuesta, arriba un telecabina  para subir la montaña y otro para bajarla, luego un barco por un lago y finalmente un autobús de regreso a Yumoto. 
El recorrido es una ruta circular que se hace en unas seis horas, más o menos, y donde apenas hay que andar. La ruta en tren es agradable, pero lo será probablemente más en época de floración, en primavera. Ahora no deja de ser un paisaje muy verde y frondoso. La gracia está en la montaña, un volcán donde se ven numerosas fumarolas, pequeños arroyos con aguas sulfúricas y azufre, mucho azufre.

En la boca del volcán hay unas minas de azufre y, ya de paso que huele a huevo, se han inventado como atracción turística comer huevos negros (¿?). Al cocerlos en agua hirviendo con azufre la cáscara se pone negra, si bien no afecta al sabor. ¿Y cómo hacemos que la gente los compre? Dicen que por cada huevo que te comes alargas la vida 7 años, si comes dos, 14 años, tres huevos 21 años, pero con cuatro, te da una indigestión y te sube el colesterol. Así que los venden de cinco en cinco (¿?).
La otra atracción turística más destacable es la vista del monte Fuji desde el lago, cosa que no hemos podido disfrutar por la neblina. Nada, ni desde Tokyo, ni desde Hakone al final hemos conseguido ver el Fuji. Habrá que volver, ¿no?
Una consecuencia del volcán es que en Hakone hay muchos baños termales, u onsen, como se llaman aquí, por lo que es un destino muy popular para los japoneses. Nos hemos alojado en una casa tradicional, o ryokan, muy mono, donde el trato y ambiente es totalmente diferente de los hoteles occidentales. Ni mejor, ni peor, diferente, merece la pena conocerlo. Es menos impersonal, más como estar en casa de alguien: se viste el yukata y babuchas, suelos de madera y esterilla, puertas correderas, futones en lugar de cama, baños comunes y onsen en lugar de aseos privados... En fin, una experiencia diferente. Eso sí, nada baratos.
La cena ha sido espectacular, y aunque cara, nos hemos dado un auténtico festín. Yo no sé cuántos platos, todo servido en la habitación, poco a poco una señora nos iba trayendo platos. La cena termina con el arroz y la sopa miso, más luego el té (con esto sabes cuándo la señora dejará de traer platos porque parecía no tener fin). Una pena que la señora sólo hablara japonés.

Después un bañito relajante al onsen privado, donde podíamos estar los dos juntos y a dormir. Mañana marchamos a Kyoto, donde pasaremos varios días y haremos más excursiones.
Sayonara!
PD. Dejo a Raquel durmiendo y yo me vuelvo al onsen, solo, totalmente para mí...

nulain

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2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Nada, muy tímido. Venga a mirar el horizonte, pero nada. Mucha nube baja, nada de cielo azul....

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